Estos días azota la costa este norteamericana el mayor
huracán del que se tienen registros en la zona, violento hasta el punto de
haber dejado aislada durante varias horas a la ciudad de New York, tras haberse
desplazado desde el mar Caribe hasta dicha zona, habiendo descargado su furia
previamente en Cuba y Jamaica.
El fenómeno, apodado como “Huracán Sandy” es un cliclón
tropical con grado de huracán, que consiste en vientos con ráfagas de más de 170 km/h acompañados de
lluvias torrenciales y tormentas eléctricas, sumados a los efectos derivados
del hecho de ser un territorio costero, esto es, grandes olas y variaciones en
horas del nivel de las aguas que pueden anegar zonas del interior.
Este tipo de meteoros deben su violencia a la gran cantidad
de energía que se desata en la atmósfera en un breve intervalo de tiempo y las
causas físicas se encuentran en la calidez del Caribe que propicia la
evaporación de grandes masas de agua que al ascender se encuentran, a unos 11.000 m de altura, con
aire polar proveniente del Ártico que enfría bruscamente el vapor de agua,
condensándolo en forma líquida y desprendiendo toda la energía latente
acumulada y que en última instancia habían absorbido las moléculas de agua al
recibir la radiación solar en la superficie del mar. Es algo parecido a nuestra
“gota fría” levantina, pero a lo bestia.
Hoy no cabe duda de que estos fenómenos ven aumentada su
violencia porque el contraste térmico entre las masas de aire polar y la
superficie del mar está aumentando. Esta es una consecuencia del cambio
climático que, a su vez, implica el ascenso de la tempera del agua de los
mares.
Pero a su vez, dicho
cambio climático está estrechamente ligado a la quema de combustibles fósiles
–carbón, petróleo y gas- para la producción de electricidad en centrales
térmicas, para automoción y para calefacción. Esta quema masiva de dichos
combustibles provoca la emisión a la atmósfera de cantidades ingentes de CO2 y,
consecuentemente, del aumento de su concentración en el aire y dicho gas se
comporta como una especie de filtro para el calor que debería escapar desde la
superficie de la Tierra hasta el espacio exterior, por lo que la temperatura de
nuestro planeta no dejará de aumentar si seguimos con la quema.
En las próximas décadas no parece que vaya a disminuir el consumo de combustibles fósiles (¡más bien al contraio!). De petróleo porque aún no tiene sustituto para automoción, de carbón porque es muy barato y muy asequible y accesible para las economías en vías de desarrollo que lo devoran sin cesar y de gas porque incluso en los países ricos se apuesta por él para la generación eléctrica en centrales modernas de ciclo combinado y para calefacción
… y de todos ellos por los suculentos intereses económicos que
mantienen poderosas empresas transnacionales que se lucran de su extracción,
transformación, especulación y comercio.
No estamos en condiciones de prescindir de un plumazo del
consumo de estos combustibles, pero sí tenemos la obligación moral con nosotros
mismos, con nuestro planeta y con las generaciones venideras de, al menos, ir
sustituyéndolos por energías más limpias, como la solar en sus diferentes
modalidades, eólica, hidroeléctrica y todas las renovables, incluidas la biomasa
y los agrocombustibles (a condición de que su desarrollo no implique empeorar
las condiciones de vida de las poblaciones más pobres que vean encarecerse sus
alimentos básicos).
Las energías renovables limpias son nuestra única
herramienta para luchar contra el deterioro irreversible de la Tierra … y eso
si nos damos mucha, mucha prisa. En nuestras manos está, de momento.
Saludos.
La energía más limpia es la que no se consume.
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