España, aunque duela reconocerlo, no posee objetivos a medio y
largo plazo compartidos por los españoles, ni orgullo de pertenecía general, ni
se siente simpatía por el prójimo si no se le conoce, pues es general la
desconfianza en los demás. Todo ello es consecuencia de que en la memoria
colectiva está grabado que con frecuencia unos españoles han hecho daño a otros
… de ahí lo de las dos Españas.
Sin embargo esto no implica que
individualmente se sea peor que los ciudadanos de otros países, simplemente que
el sentimiento nacional y la predisposición para sacrificarse por los demás (desconocidos, comptariotas), son
más bien superficiales.
En este país no han cuajado los ideales
de la Ilustración francesa y europea, los cuales pasan por la defensa del
individuo y de la razón en el marco de unos valores democráticos compartidos; con derechos básicos irrenunciables formando tándem
con deberes de ciudadanía no menos irrenunciables. Las sociedades que más
avanzado son las que han sabido lograr que sus ciudadanos sean plenamente
conscientes de sus deberes:
-Formarse y rendir en el trabajo.
-No abusar de los
servicios públicos.
-Tributar.
-Participar en la vida pública.
-Recriminar y
denunciar a quien con su comportamiento perjudique a la colectividad.
-Respetar
a los demás, etc.
Tal marco de precariedad es una de las
causas por la que la mitad de los catalanes quieren independizarse y por la que
el Estado tiene abandonada a su suerte a la otra mitad, desde hace décadas, sin garantizarles, al
menos, igualdad de derechos que a los nacionalistas; curiosa paradoja.
Si España fuese una nación suficientemente desarrollada
y con ciudadanos integrados en un proyecto común, conscientes de sus derechos
pero, sobre todo, de sus deberes, sería un objetivo de Estado garantizar la presencia
prioritaria del castellano en todo el territorio y la inhabilitación de todo
representante público desleal con las instituciones.
Pero España, como digo, no posee la
solidez suficiente como para defender su integridad territorial y a la vez ser
capaz de reconocer la riqueza cultural de sus regiones y no sólo porque nos
gobierne una clase política mediocre, sino por las características antes
comentadas que afectan al ciudadano medio.
En este marco es casi imposible prever
que pasará en Cataluña, aunque no es tan difícil asegurar que el clima de
convivencia empeorará aún más, que su eficiencia en los sectores productivos
seguirá siendo tan mediocre como en el resto de España, que sus políticos seguirán
aprovechándose de sus cargos como hasta ahora, que su sanidad seguirá en
precario, que su sistema educativo seguirá siendo vomitivo … y que los
catalanes con sentido común, trabajadores y discretos, seguirán estando
olvidados y relegados a un segundo plano como les sucede a los de otras regiones.
Esperemos que, al menos, los
acontecimientos venideros no deriven en actos violentos y sufrimiento.
Saludos.
La energía más limpia es la que no se consume.
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